miércoles, 11 de marzo de 2009

PARAY LE MONIAL

En mayo las tierras galas lucen sus mejores galas. Al traspasar la frontera el austero paisaje hispánico se hermosea. El agreste matorral mediterráneo, se transforma en tupidas praderas, imponentes arboledas, caudalosos ríos…

La fauna también se torna más agraciada. Salen a escena paisajística el delicado vacuno charolés, los esbeltos equipos y los donosos ciervos. Los elegantes poblados cuajados de jardines neoclásicos y palacetes de ensueño destilan un gusto exquisito.

Pero peregrinar no es una evasión poética ni un mero deleite sensorial. Peregrinar es viajar al interior del alma, buscar la renovación y conversión interior. Es a su vez símbolo de nuestro efímero paso por el gimiente y lacrimoso valle al que alude la Salve.

Nos esperaban tres emblemas de la cristiandad:

Parey Le Monial, Ars y Nevers. Nombres que hablan por sí mismos y que asociamos a los santos que los inmortalizaron.

Tras pasar la noche en ruta con la luna llena como testigo no dimos tregua a nuestros fatigados cuerpos y corrimos jubilosos a la capilla de las apariciones. Del altar, presidido por un lumínico cuadro del Sagrado Corazón descendieron abismos de misericordia sobre nuestras pusilánimes almitas. Por la tarde rezamos el santo viacrucis en escenario imponderable. Unos regios jardines salpicados de rutilantes efigies y cobijados bajo la perenne sombra de árboles centenarios.

Al día siguiente pusimos nuestro corazón a Nevers en pos de rezar el rosario solemne sabatino y venerar el incorrupto cuerpo de Santa Bernardita.

El domingo nos esperaba la aldea de Ars y su santo cura.

La primera cita fue la histórica casa parroquial, escenario de la encarnizada lucha entre el bienaventurado y el príncipe del averno.

El itinerario continúo por la humilde parroquia hoy ensalzada a majestuosa basílica. Rezamos ante el cuerpo íntegro del santo que emanaba un semblante tan dulce como austero. Nos recreamos visitando la Providencia y los aledaños de Ars.

Oteamos el castillo y llegamos hasta una preciosa estatua conmemorativa del encuentro del santo con el niño que parecía señalarnos igualmente la senda del cielo.

Ya el último día rezamos ante los restos de San Claudio de la Colombiere. La capilla coqueta y presumida emulaba una sinagoga judía de esplendidas columnas y coloristas mosaicos. Fue el broche aurero de la peregrinación.

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